◖ 16 ◗
ALEJANDRA.
El limpiaparabrisas se paseaba de izquierda a derecha y viceversa, haciendo su trabajo de quitar las interminables e infinitas gotas de agua que corrían sin límites sobre el vidrio. La lluvia caía torrencialmente alrededor de mi coche en movimiento, haciendo casi imposible que pudiera ver algo a más de pocos metros de distancia. Ni siquiera llevar las luces encendidas en alto era suficiente como para comprobar que no había nada en el camino a excepción de la tormenta que parecía seguirme.
En un momento, tuve que inclinar mi cuerpo hacia delante y mi pecho se pegó contra el volante mientras que trataba de encontrar la forma de tomar otro sendero o simplemente buscar algún sitio seguro donde pudiera estacionarme y esperar hasta que todo terminara. Pero, para mi desgracia, lo único que hallaba era el largo trayecto por donde iba conduciendo rodeado de árboles altos y espesos.
Los baches de la calle ya se habían llenado por completo de líquido creando un gran charco de lodo que, cada vez que pasaba sobre ellas, la mitad de él golpeaba contra las ventanas mientras tanto la otra porción salía disparada hasta desaparecer en el suelo una vez más. Por lo tanto, el tener la superficie repleta de barro me hacia difícil la tarea de mirar hacia los costados ya que casi no tenía visibilidad.
— Carajo.— gruñí, cuando un silencioso pero iluminado relámpago cruzó el cielo nocturno frente a mí.
No me gustaba estar fuera de casa cuando había tormenta, no me sentía protegida y sentía que estaba en un peligro constante. Aunque claro estaba que aun tenía mis dudas sobre qué lugar sería más seguro ante un fenómeno meteorológico; si una construcción que podría derrumbarse o un vehículo que podría derrapar y terminar en cualquier posición. Al parecer, la lluvia causaba que pensara en millones de posibilidades que probablemente jamás pasarían, pero era una forma extravagante de mantener mi mente ocupada y que no fuera tan consciente de que estaba rodeada por completa oscuridad; en un lugar que parecía abandonado, en plena noche, y sin nadie cerca quien pudiera ayudarme. Sin mencionar que no había encontrado mi celular por más que me había cansado de buscarlo. Tal vez lo olvidé, lo perdí, o no lo busqué como era debido.
En fin, no era ni el lugar ni el momento para que pensara en otra cosa que no fuera el alejarme pronto de allí o ver alguna señal de tránsito que me dijera en qué camino o dirección estaba yendo precisamente. Aunque, por como iban las cosas y la mala suerte que me estaba abrazado constantemente, comenzaba a cuestionarme si realmente podría salir o si continuaría con el camino sin fin que había iniciado hasta quién sabía por cuánto tiempo más.
Los baches del camino empeoraban con cada kilómetros transcurrido tanto así que me fue casi imposible no saltar en mi asiento cuando, al no gozar de buena visión para poder apreciar todo lo que ocurría debajo del automóvil, cruzaba sobre ellos sin tener oportunidad de bajar la velocidad o esquivarlos. Me preguntaba qué tan desolada era esa ruta para que nadie se hubiera puesto a arreglarla o mejorarla; siendo sincera, necesitaba de un gran cambio o dejaría de ser un sitio viable de atravesar a la hora de querer llegar al otro lado, a dónde fuera que realmente te guiara. De todas formas, agradecía al menos llevar el cinturón de seguridad puesto ya que, seguramente si estuviera libre, la parte superior de mi cabeza terminaría golpeando contra el techo, y eso era lo que no quería que sucediera. Suficiente tenía ya con no poder ver bien gracias a la lluvia como para agregarle un bochorno con ese.
Al parecer, a causa de uno de los tantos pozos que ya había dejado atrás, mi móvil —el que creía que no estaba— se volteó quedando con la pantalla hacia arriba que, en ese momento, se iluminó a causa de una llamada entrante.
«Número desconocido»
Saltaba escrito en el centro, justo encima de los botones para aceptar o rechazar.
Frunciendo el ceño puse toda mi atención en el aparato, olvidándome por completo de la carretera espantosamente deteriorada por la que estaba conduciendo. No sabía la hora exacta, pero por la oscuridad suponía que era de madrugada.
¿Quién quería comunicarse conmigo tan tarde? ¿Cómo había conseguido mi número?
Normalmente no le daba ninguna información mía a nadie, no sabía si era por exceso de seguridad o porque en realidad no quería que me molestaran con idioteces. Las únicas personas que tenían mi número eran: mi madre, la señora Chen, Eddie, Léonard, y no sabía si alguien más del trabajo lo poseía. Sí, daba vergüenza ver esa mínima cifra en la lista de mis contactos, pero sólo agregaba a los necesarios. Mis prioridades estaban en los cuatro individuos nombradas y en nadie más.
Pero, volviendo al tema principal, no sabía por qué me llamaban y para qué. Ya era muy noche como para tener una típica charla amistosa, y contestar cordialmente. Si en ese preciso instante no estuviera conduciendo, estaría durmiendo y sería una desgracia que me hubieran despertado con una estúpida llamaba que seguramente pudo haber esperado hasta que amaneciera.
¿Por qué la gente se empeñaba en molestar el sueño de los demás?
Estuve a punto de atender y maldecir a quien sea que estuviera marcando a esa hora, incluso había liberado el volante de una de mis manos para tomar el móvil y hacerlo, pero un nuevo salto me lo impidió.
El bache había sido el más grande y hondo que había pasado, el lodo ensució la ventana de mi costado y parte del vidrio delantero haciendo que mi visión empeorar aun más, si eso era posible. La mancha marrón se fue esparciendo por toda la superficie a causa del limpiaparabrisas que todavía se mantenía en movimiento, pero que, hasta ese entonces, no tenía nada que quitar; la lluvia torrencial había desaparecido, dejando una mínima llovizna casi escasa. Por lo tanto, las gotas que caían del cielo no eran suficientes y el lodo tardó demasiado en desparecer.
En un acto reflejo, volví a dejar mi mano sobre el volante pero ya era tarde. Cuando fui consciente de que el camino, que antes estaba vacío, había sido ocupado por algo más, no pude siquiera pensar con claridad. Traté de esquivar el cuerpo que estaba frente a mi coche, haciendo una maniobra casi imposible que no sirvió de nada porque lo tenía muy cerca y no reaccioné en el momento adecuado. Sentí cuando la parte delantera chocó bruscamente algo y como luego, ese algo, volaba contra el vidrio; pasaba sobre el techo y nuevamente caía al suelo pero esa vez horizontalmente.
A una velocidad luz pisé el freno, y el vehículo se detuvo en seco.
Con mi corazón latiendo a mil por hora; la respiración demasiado agitada, mis ojos cristalizados y mi boca temblando haciendo tintinear mis dientes, miré por el espejo retrovisor queriendo no encontrarme con una imagen horrible y traumática. Para mi suerte, y gracias a la oscuridad, no pude ver mucho más allá de alguien con la espalda sobre el suelo.
— No. No. No.— repetí una y otra vez.
La primer lágrima mojó mi mejilla.
Eso tenía que ser una broma, una jodida pesadilla salida de mi peor miedo. Entre tantas personas, ¿Por qué tenía que pasarme a mí? ¿Qué mal había cometido para que me ocurriera esa desgracia?
Pero sobre todo, ¿Por qué había tomado mi coche en una noche como esa? Sabiendo que me gustaba permanecer en la seguridad de mi casa, ¿Por qué conduje por ese sendero oscuro y solitario?
Pasé mis manos deliberadamente sobre mi rostro, antes de inhalar una cantidad excesiva de aire. Moví mi cabeza incontables de veces en un intento de ignorar la situación. Pero, por más que lo intentara no podía, debía de aceptar mi negligencia. No tenía que haber apartado mi vista de la carretera, era la regla principal que cada conductor debía de respetar y llevar a cabo para que no ocurriera lo que acababa de suceder.
Maldición.
Había atropellado a alguien. Realmente lo había hecho.
Por impulso, limpié la humedad en mi rostro y llevé mi mano a la manija de la puerta.
No podía permanecer sentada sin hacer nada, debía de ir y comprobar si esa persona estaba bien; llevarla al hospital más cercano, estar a su lado toda la noche si era posible y luego, cuando despertara, charlar y explicarle la situación. Me imaginé que todo saldría de maravilla y que encontraríamos la manera de resolverlo sin llegar a algún conflicto. Era eso o divisarme detrás de barrotes negros y dentro de una congelada prisión. Por supuesto que para que todo eso pasase debía de ser valiente y salir del coche, acercarme y ver su estado... o si al menos seguía respirando.
Volví a negar y abrí la puerta.
El helado exterior me recibió calando por todos mis huesos hasta que, el temblor del nerviosismo y temor, pasó a ser de frío. Al segundo después, mis pies tocaron el suelo; dejando que el lodo que había en él quedara en las suelas de mis zapatillas. Paso a paso fui avanzando hasta quedar en la parte trasera de mi coche, mi mano se mantenía firme tocando su suave, fría y metálica superficie. A cinco metros de distancia se encontraba la persona que creía herida, pero aun así no pude acercarme mucho. Pensaba que me atacaría si lo hacia; que saltaría sobre mí y diría que todo era parte de un juego para robarme. Sentía que si me alejaba de mi vehículo sería mi fin, que estaría indefensa y sin poder salir de ese lugar desconocido para mí.
Pero tampoco podía mantenerme pensando únicamente en mí, la persona accidentada era más importante que cualquier otra cosa en ese momento. Debía de guardar mis miedos en lo más profundo de mi ser y enfrentar la situación como alguien adulto y valiente. Tenía que continuar con seguridad y a paso firme, no podía flaquear justamente cuando yo tenía la única posibilidad de que todo se resolviera. Con cada segundo de inseguridad que pasaba, la oportunidad de salvar al herido y no ser acusada de cometer un crimen se escurría entre mis manos.
Tomé una bocanada de aire.
— Haz lo correcto.— me dije en un susurro— Es tu responsabilidad, tú causaste esto.
Cerré mis ojos, tomé aire y conté hasta tres.
Debía de ser valiente, y tomar las riendas en el asunto.
Uno.
Me mentalicé en las tantas veces que hice una acción de buen samaritano; ayudando a ancianos a cruzar las calles, alimentando a algún perro o gato callejero que esperaba en el portón de mi casa a que le diera algo de comer. Estuve apoyando a Eddie en su idea de llevar productos perecederos a los comedores en donde él iba a visitar a niños, di dinero sin dudarlo cuando me lo pidieron. Agradecí por mi buena vida y recé para que los problemas de los demás pudieran resolverse.
Sí, había hecho eso y más, y aunque creyera que a Dios podías encontrarlo en todos los lugares, fui a las iglesias siempre que tuve la oportunidad, y oré por los desamparados. Y en ese momento, debía de hacerlo también, sólo que cambiando las palabras y pidiendo por mí.
Dos
Esa persona estaba tirada en el suelo y era por mi culpa. Si no hacia algo podía empeorar. Me necesitaba, no podía dejarlo tirado.
Tres.
No podía convertirme en alguien que abandonaba a los demás, porque me aborrecería igual o peor que odiaba a esa gente. Cometí un error y tenía que repararlo, no huir como una cobarde.
Abrí mis ojos y dejé que el aire se escapara de mi boca.
Mi último dedo se despidió de la superficie fría, cuando caminé hacia el cuerpo que yacía en el suelo lodoso y húmedo. Pude apreciar que su pecho subía y bajaba, quizá hubiera celebrado pero la velocidad en la que lo hacia no me parecía normal; era demasiado lenta y débil.
Cuando estuve a su lado, comprobé que se trataba de un hombre de mi edad; su cabello negro estaba pegado sobre su frente por la lluvia, algunas manchas de lodo habían ensuciado una parte de su rostro. Sus párpados estaban cerrados, los orificios de su recta nariz se movían débilmente, y su boca se mantenía semiabierta. Su vestimenta, la cual se trataba de un pijama azul oscuro, era un completo asco al estar toda mojada y sucia. Noté que no habían signos de cortes o algo que permitiera que su sangre se drenara, pero no siempre significaba que era bueno. Me preocupó que tuviera una hemorragia interna o que, por el golpe que recibió cuando cayó, tuviera algún daño irreparable.
No me permití entrar en pánico por ese pensamiento; seguí hasta inclinarme y apoyar una de mis rodillas en la fría carretera a un lado de su cuerpo. Llevé una de mis manos a su cuello y comprobé que su pulso era constante pero casi inexistente. Ante la mirada de cualquiera, me hubiera visto como una profesional y que no tenía miedo ya que actuaba con normalidad y seguridad, pero eso no quería decir que no estuviera en un tipo de trance. Mi cuerpo se movía mecánicamente, chequeando que todo lo superficial estuviera bien así como había visto en los programas de televisión donde los paramédicos hacían su labor para salvar vidas.
— Señor, ¿Puede escucharme?— le pregunté rogando que aun estuviera consciente.
Sus ojos se movieron por debajo de los párpados antes de abrirlos.
Me encontré con unos iris oscuros que me observaron con temor. Su respiración, que hacia segundos era lenta, se aceleró a gran velocidad y como si no hubiera sufrido un accidente, comenzó a mover su cabeza de un lado a otro en forma de negación.
— Por favor, quédese quieto. Podría lastimarse.— le aconsejé— ¿Siente algún tipo de dolor?— sabía que mi pregunta era estúpida viendo la situación, pero necesitaba que hablara.
Su boca se cerró y luego volvió a abrirse antes de decir;
—Haré lo que quiera, pero, por favor, no me haga daño.— sus ojos se cristalizaron, vi temor en él, y no entendí.
¿Por qué creía que le haría daño?
Sí, lo había atropellado pero no fue algo intencional, él se había cruzado en el camino en el peor momento. Además ambos compartíamos la culpa; él por estar deambulando por un sendero tan desolado, de noche y a oscuras, y yo por no haberle prestando atención a lo que estaba haciendo por la llamada que recibí.
Hablando de aquello, no había contestado y tampoco habían vuelto a marcar. Tal vez se dieron cuenta que era demasiado tarde para platicar o lo intentarían en unas horas más. No lo sabía ni me interesaba.
Pero eso no era un tema de conversación para ese momento, ya me sentaría más tranquila y revisaría el número en cuanto todo eso terminara.
Oí un sollozo.
Observé el rostro de hombre y vi algunas lágrimas corriendo por sus sienes hasta perderse dentro de su cabello y detrás de sus orejas. A lo mejor le dolía el cuerpo y sabía cómo decirlo.
— Tranquilo, llamaré a una ambulancia, no se preocupé.— aseguré volviendo a mi posición inicial.
Estuve a punto de dar media vuelta; ir hasta el coche, buscar mi celular y llamar a emergencias, pero algo frente a mí llamó mi atención.
La llovizna continuaba a nuestro alrededor, empapando cada centímetro de mi ropa, y enfriando mi calor corporal. Pero eso evitó que, entre tanta oscuridad y pésima visibilidad, no notara cuando la silueta se hizo presente a pocos metros de nosotros.
Apreté mis puños con fuerza, no era el mejor lugar para que iniciaría con sus absurdos juegos del gato y el ratón. No podía abandonar a ese señor para que la entidad me corriera a su gusto e hiciera lo que siempre hacia en cada maldita pesadilla: arrinconarme y tratar de matarme. No podía de darme el lujo de dejarme intimidar por él, debía de salvar a alguien. Dejar que el tiempo siguiera pasando sería arriesgado, cada segundo perdido era una oportunidad desaprovechada. Así que, pensándolo bien; no seguiría con ese tira y afloja de siempre, tenía que poner primero la seguridad y salud de la víctima.
Porque si huía como constantemente lo hacia, ¿Qué pasaría con ese hombre? ¿Alguien más lo ayudaría? ¿La silueta aprovecharía la situación para divertirse con él también?
¿Acaso él iba a sufrir como yo?
— ¡No!— el desconocido gritó, y pegué un brinco.
Sin entender, lo miré y me encontré con su boca y ojos abiertos. Estos últimos ya no tenían brillo, ni se movían, eso no parecía buena señal. Mi vista bajó hasta su pecho y hallé lo mismo: cero movimiento.
¿Había muerto?
No. No.
Cubrí mi rostro con mis manos y negué con la cabeza. Comencé a dar vueltas de un lado a otro, evitando a toda costa seguir observando el cuerpo inerte y sin vida del señor.
¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Llamar a la policía? ¿Buscar algún hospital aun sabiendo ya era tarde? ¿O simplemente ir hasta la comisaría más cercana; mostrar mis muñecas, decir que había atropellado a alguien, que no pudo salvarse y tacharme como culpable?
Me detuve en seco.
No, no podía hacer nada de eso.
Tenía una bonita vida, un trabajo que quería, y mejor amigo que odiaría ver entrar en una prisión sólo para que me visitara. Todavía tenía cosas que anhelaba hacer como, por ejemplo: ver a cara a cara a Víktor y decirle que había encontrado una forma de ayudarle. Que, después de tanto altibajos, por fin había hallado su cura. Y por más que realmente no tuviera idea de cómo hacer eso posible esperaba, en algún futuro cercano, poder lograrlo.
La risita macabra de la silueta me hizo presente en ese instante.
Inmediatamente miré al lugar donde había aparecido anteriormente, pero no hallé nada. La oscuridad seguía rodeándome completamente, y el frío comenzaba a causar más temblores en mi cuerpo.
— Eres una asesina.— oí que dijo una voz a la distancia.
— ¡Eso no es verdad!— le vociferé al aire.— Fue un accidente, ¡No logré verlo!
De repente, la llovizna se intensificó, y la tormenta que había desparecido regresó a gran velocidad. Me abracé a mí misma cuando una ráfaga de viento llegó, chocando contra mi cuerpo ya mojado.
Un olor metálico comenzó a sentirse, uno muy conocido.
Sangre.
Pude ver como las gotas que caían del cielo cambiaban de cristalinas a convertirse en carmesí, a medida que aumentaban de grosor. Todo mi alrededor se tiñó de rojo en pocos segundos; los baches quedaron inundados completamente, llegando a desbordarse y crear un camino por el costado del sendero que iba alejándose hasta perderse de vista.
— Sólo mírate...
Elevé mis manos hasta la altura de mi ojos y vi mis palmas completamente manchadas de sangre.
Esa había sido la escena más desagradable de todas. En un absurdo intento por quitar esa esencia de mi piel, comencé a frotar cada centímetro contra mi ropa, olvidando por completo que mi vestimenta se encontraba igual o en peores condiciones.
No había lugar alguno que se salvara de ese nauseabundo color, todo estaba bañado de carmesí. Tan sangriento y lúgubre como la silueta en sí; él se complementaba a la perfección con ese ambiente.
— Homicida.
— ¡No!— volví a gritar.
***
Salté de la cama ni bien desperté, pero un inmenso dolor en todo mi cuerpo hizo que me recostara de nuevo. No había comparación, pero era como si un camión gigante me hubiese pasado por encima una y mil veces. Cada uno de mis músculos quería estirarse, y expulsar cada tensión o contractura que estuviera provocando molestia. Cada hueso que componía mi anatomía pedía ser retirado y mejorando para liberarse de tanta agonía.
Abrí mis ojos lentamente, parpadeando más de una vez y notando lo mucho que me costaba realizar ese mínimo trabajo. Al parecer, la energía me había abandonado, y en su lugar sólo quedaba el cansancio y la fatiga. Por un instante creí que volvería a dormirme, pero me mantuve firme para que eso no ocurriera aunque fuera lo más necesitaba en ese momento.
Gemí de dolor cuando quise girar mi cuello; sentí el palpitar en él, al igual que en mi cabeza y espalda. Intenté levantar mis manos pero el pinchazo en una de ellas me detuvo; la aguja de la intravenosa estaba incrustada en mi piel impidiendo que realizara algún movimiento.
Comprobando que tenía muy difícil la parea de levantarme o siquiera moverme; utilicé mi vista para encontrar alguna explicación porque mi mente sólo daba vueltas. Agradecía que, quién fuera que la hubiera puesto, la almohada que estaba debajo de mí me daba un vista periférica casi perfecta.
Miré que me rodeaban cuatro paredes, por lo tanto asumí que se trataba de una habitación. Primero detallé el techo de madera cubierto por pintura blanca; luego las paredes con pequeñas ventanas cubiertas por cortinas del mismo color, sin mencionar que la puerta de entrada tenía el mismo tono claro… estaba segura que era el cuarto de un hospital.
¿En qué otro sitio habría escasez de colores? Sin duda alguna, eso únicamente pasaba en lugares donde habían personas internadas. No importaba la razón por la cuál estuvieran en ese lugar; un centro médico siempre era de un color opaco y aburrido.
Lentamente, traté de sentarme en la cama, y con dificultad, e ignorando los pinchazos en mi cuerpo, lo logré. No me era suficiente con saber dónde estaba, necesitaba saber la causa del por qué y ver si podía salir rápidamente.
¿Cómo había llegado allí?
Entrecerré mis ojos cuando un leve recuerdo me interceptó; había salido de mi hogar en la madrugada con Loky en mis brazos, luego conduje hasta cierto lugar sin saber a qué dirección ir. Vi por el espejo retrovisor y la silueta estaba justo detrás de mí; me asusté y ¿Perdí el control del vehículo? ¿Realmente choqué contra un poste de luz?
Enfuscada en mis pensamientos, observé otra vez las ventanas. Las cortinas ondeaban alegremente dejando pasar la claridad del día por su suave y delgada tela. Desde fuera se podían oían las bocinas de los coches, acompañadas por voces y el típico sonido de ciudad.
Eso me hizo fruncí el ceño.
Si mi memoria no me fallaba, había salido a las 3 de la madrugada de la casa, ¿Cuánto tiempo había estado dormida? ¿Qué había ocurrido luego del accidente? ¿Alguien más estuvo en peligro por mi culpa?
Bueno, en realidad no era mi culpa; la maldita silueta era la responsable de todo lo que había pasado. Maldecía la primera vez que soñé con él, si eso no hubiese pasado, yo estaría feliz y tranquila con mi vida. Sabía que después de su aparición todo había empeorado rápidamente, él era mi desgracia personalizada. Una entidad que me seguía para arruinarlo todo, destruyendo cada cosa a su paso.
— ¿Qué es toda esa mierda?— quise saber.
Todavía tenía mis dudas, ¿La silueta tenía la capacidad de hacer todo eso? ¿Cómo era posible? Creía en el poder que poseía en las pesadillas porque en los sueños todos teníamos la habilidad que deseáramos dependiendo de qué se tratara nuestros sueños, pero ¿En la realidad podía controlar hasta el volante de un carro? Ni siquiera sabía qué nombre ponerle o cómo clasificarlo porque no había visto ni su rostro o tocado parte de él para saber si al menos era humano. Aunque claro que estaba que, después de saber que podía tener control sobre algo sin tocarlo, era obvio que se trataba de algo superior que la humanidad.
Entonces, ¿Qué era realmente esa entidad? ¿Qué era lo que quería de mí?
Porque sabía bien que había tenido muchas oportunidades de acabar conmigo y, sin embargo, me mantuvo viva hasta ese entonces. Le gustaba asustarme y divertirse al correr detrás de mí, hasta dejarme si escapatoria. Su intención no era matarme porque claramente pudo hacerlo durante el accidente, y en vez de que fuera un poste de luz pudo haber sido algo peor. Por lo tanto, estaba llena de dudas sobre su verdadero propósito.
— Necesito un café.
De tanto pensar comenzó a dolerme la cabeza, ¿Acaso no era suficiente ya con estar en un jodido hospital? ¿Cuánta dolencia más debía de pasar? Lo mejor era no llamar a más desgracias porque, conociendo mi mala suerte, podía pasarme de todo aun sin salir de aquella cama. Tal vez crucé por debajo de una escalera o me encontré con un gato negro sin que me diera cuenta y toda su mala suerte se me fue transferida.
Bufé, ¿Desde cuándo creía en todas esas idioteces?
Con mi mano libre de intravenosa, me froté las sienes antes de que una posible y desagradable migraña apareciera.
Después de aquello, continué con mi inspección. Miré a mi derecha y sonreí, o más bien mostré una mueca. Tumbado sobre una pequeña silla —a comparación con su enorme cuerpo— me encontré con mi mejor amigo; sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, su cabello castaño caía en castadas por su frente al tener su cabeza levemente inclinada hacia adelante. Puse los ojos en blanco cuando vi el color del mueble; como no, tenía que ser blanca.
— Oye, despierta.— le hablé, pero no recibí respuesta— ¿Está durmiendo en esa cosa tan incómoda?— cuestioné en un murmuro.
Charqueé la lengua.
Sólo él podría dormir en algo tan diminuto, plano y molesto. A pesar de los años, aun seguía cuestionando sus habilidades para conciliar el sueño en cualquier sitio y sobre cualquier cosa. Mientras que a mí me contaba demasiado y era muy quisquillosa sobre tema, él podía dormir incluso sobre una alfombra sin problemas.
— Eddie.— lo llamé.
Balbuceó algo antes de removerse y estirarse.
— ¿Es en serio?— volví a hablar cuando noté que no obtuve resultados— ¡Eddie!
Cuando terminé de decir su nombre en alto fue cuando abrió sus ojos de golpe, asustado revisó su alrededor antes de posar su mirada en mí. Rápidamente se puso de pie y se acercó a mi lado.
— Gracias a dios que despertaste.
— También digo lo mismo.— bufé— Eres una maldita rota al dormir. Podría explotar una bomba a tu lado y tú seguirías roncando.
— Oye, yo no ronco.— se defendió con una sonrisa— ¿Cómo estás?
Suspiré con cansancio, notando que hasta llenar mis pulmones de oxígeno era una tarea difícil en ese momento.
— Me duele todo el cuerpo pero, quitando el malestar, estoy bien.
— Me alegra oír eso. Estaba muy preocupado por ti.
Esbocé una pequeña sonrisa.
De cierto modo, me alegraba saber que mi mejor amigo se preocupaba por mí, me hacia sentir querida y resguardada. Pero sabía que él tenía su vida y sus propias responsabilidades como para cargar con una más que no era realmente su problema. No quería ser una carga para él, ni mucho menos ser un obstáculo que lo detuviera.
Eso me hizo recordar que la última vez que lo había visto, Eddie cargaba con una maleta e iba rumbo al aeropuerto. ¿Tuvo que dejar de lado su labor para poder estar conmigo? ¿Su jefe se enfadó con él por eso?
¿Acaso yo me merecía a alguien tan bueno en mi vida?
— No me digas que has tenido que viajar otra vez por mi culpa. Espero no haberte metido en problemas.— dije mis pensamientos en voz alta.
— ¿De qué hablas?— arqueó una de sus cejas, sin entender— Alejandra, has estado inconsciente dos días seguidos.
Y en ese mismo instante, la confundida era yo. ¿Qué acababa de decir?
¿Dos días?
Eso era un error. Sólo fue un pequeño choque, no era para tanto. Mi vehículo se había llevado la peor parte, yo incluso estuve despierta y comprobé el desastre que se había creado antes de desmayarme. Además tenía el cinturón de seguridad puesto, eso me resguardó más del golpe. Sin mencionar que, si no fuera porque se activó la bolsa de aire, mi cabeza hubiera terminado más herida y dañada, quedando en un punto crítico. Estaba segura que sin aquel respaldo, ni siquiera sería posible que estuviera despierta dos días después. Sin el cinturón y sin la bolsa, probablemente en ese momento me encontraría en coma, o peor aun, dentro de un ataúd.
No sabía qué tan caótico, y fuerte había sido el accidente, y a qué y cuántos riesgos estuve a punto de enfrentarme pero, recordando el cofre todo destruido, quise pensar que tenía como un ángel guardián que me había protegido. Aunque, claro estaba, que no creía en nada de eso en realidad.
— ¿Alguien más salió herido?— quise saber, imaginando lo peor.
— No, por suerte todo sucedió en la madrugada, cuando todos dormían en sus casas.
En sus casas...
Había alguien que no estaba en su hogar, sino sentando a un lado de mí: la mascota de la hermanita de Eddie. Si yo me encontraba internada desde hacia dos días, ¿Qué había sido del canino? ¿Dónde estaba Loky? Él iba suelto en el coche, con más probabilidades de no haberse salvado.
— ¿Dónde está el perro? ¿Está bien?— pregunté angustiada. Si le llegaba a pasar algo por mi culpa no me lo perdonaría jamás.
— Sí, no te preocupes. Él está con mi hermanita.
— Eso me alegra mucho.— suspiré, aliviada.
Sentí con un gran peso era quitado de mis hombros, el saber que no habían víctimas y que la única que terminó un poco mal había sido yo, me tranquilizó. Lo que menos quería era cargar con el pesar de haber arruinado la vida o familia de alguna persona.
— ¿Qué fue lo que pasó?— indagó segundos después.
— Estaba conduciendo, y de repente no pude controlar el coche.— resumí, no quería hablar del tema ni tampoco mencionar alguna cosa que tuviera que ver con la silueta y su maldad.
— Por lo que me han dicho, ibas a más de setenta kilómetros por hora.— comentó y no me sorprendió porque yo había estado presente en el momento en que mi coche aceleró por sí mismo y la aguja del medidor de velocidad se elevaba— Es un milagro que no tengas alguna fractura.
Sí, milagrosamente no contaba con nada que indicara que hubiera pasado por un estúpido accidente, el cual pudo haber sido evitado. Los dolores en mi cuerpo eran mínimos a lo que realmente pude haber sentido si todo hubiera ocurrido de una forma muy diferente y peligrosa.
Todo había terminado relativamente bien.
— Lo importante es que Loky esté sano y salvo.
— ¿Loky? Ale, a él lo dejaste en casa, con suficiente comida y agua para toda una semana.
Y la confusión iba en aumento.
— ¿Qué? Pero si estaba conmigo…— dije, distraída.
¿Era posible qué sólo hubiera imaginado el hecho de subirlo al coche y luego verlo a mi lado?
Él estaba asustado como yo, y por eso lo llevé conmigo. Sabía que si lo dejaba en la casa algo malo le iba a suceder, el perro estaba más en peligro dentro de esa construcción que en mi vehículo.
Yo lo ayudé, traté de protegerlo desde que me había despertado por sus ladridos. Así como cuando lo había oído gritar e hice todo lo posible por llegar a su rescate aun cuando tuve impedimentos. No quería que estuviera solo, era arriesgado que permaneciera lejos de mí, porque no sabía de qué sería capaz la silueta. Porque era obvio que todo se había tratado de ella, y de ese maldito amuleto diabólico.
Eso me hizo pensar en todo el alboroto que había creado aquella noche; esa vez, Loky parecía molesto y anteriormente como si hubiese recibido un golpe. ¿Y si la entidad esa lo había golpeado para llamar mi atención? ¿Era capaz de meterse con un animal indefenso únicamente para tenerme a su merced?
— Te equivocas.— Eddie comenzó a hablar— Cuando llegué ayer a casa me lo encontré en la cocina. Estaba muy feliz de verme.
Y de repente, todo tuvo sentido.
Los engranajes dentro de mi cabeza se posicionaron en sus respectivos lugares e iniciaron su labor de girar para que todo funcionara en perfectas condiciones. Quizá pude haberme equivocado al no recordar el paradero verdadero de Loky, pero si sabía la razón por la cual todo había ocurrido.
Mis pensamientos no eran erróneos. Yo estaba en lo correcto y no me equivocaba.
— El amuleto… ¿Dónde está el amuleto?— indagué con nerviosismo.
— De eso quería hablar contigo, no lo he encontrado.— mencionó y yo pasé mi mano libre sobre mi rostro. Nada de lo que Eddie me decía ayudaba— Lo dejé en la mesita de noche de mi habitación y cuando lo fui a buscar no estaba. Pensé que lo habías tirado.
Maravilloso.
Simplemente perfecto. Todo a mi alrededor realmente se estaba yendo a la mierda.
¿Cómo era posible que no estuviera? Si yo lo había visto; estuve ahí cuando de sus orificios destellaron colores aun cuando eso era imposible. La última vez que lo vi fue en la encimera de la cocina… antes de que aparecieran los murmullos y risas aterradoras.
No podía entenderlo, ¿Qué clase de demencia era esa? No era normal estar presenciando cosas que no sucedían, ni mucho menos creer haber hecho algo cuando en realidad pasó todo lo contrario.
¿Estaba frente a una posible enfermedad mental? Tal vez se trataba de algún tipo de esquizofrenia o un trastorno delirante. Sí, era lo que más se acercaba a mi situación, y temí que aquello fuera real. Conocía el procedimiento y cómo se mostraban; había pasado muchos años estudiando cada enfermedad y podía detectarlas a simplemente vista. No podía estar demente como para pasar por eso, yo no era como mis pacientes, ¿O sí?
«“todos tenemos un gramo de locura dentro… a que usted no lo quiera ver no es mi problema.”»
Heber.
Esas habían sido sus palabras en nuestra primera sesión y, aunque en ese día no les di mucha importancia, en ese mismo momento parecían cobrar sentido ¿Acaso tenía razón?
¿Él había logrado su cometido? ¿Yo estaba loca como los demás psicólogos que lo habían atendido?
¿Me había convertido en su víctima vigésima primera?
Mi cabeza de movió de un lado a otro ante aquel pensamiento.
Nada de eso debía de ser cierto. Necesitaba hablar con Víktor, ese asunto no tenía que seguir así. Él era el único que podía solucionar todo, y quitarme la duda. Aún no comprendía cómo lo había hecho, pero me había involucrado en su locura. No era para nada normal, tenía que revocarlo y regresar a la normalidad.
— Tengo que ir al psiquiátrico.— le informé a Eddie, quitándome la sábana de encima.
El dolor en mi cuerpo dejó de importarme de inmediato. Nada me detendría, no había forma de parar mis movimientos, porque ya no podía continuar de esa manera. Necesitaba respuestas y sabía de ante mano que no las obtendría allí sentada a kilómetros de distancia del causante de toda mi desgracia.
Mi vida estaba en riesgo, mi trabajo corría peligro... mi cordura estaba agonizando.
— Acabas de despertar, no es una buena idea.— intervino.
— No te lo estoy preguntando. Te estoy diciendo lo que haré, no me importa si piensas que está mal.
No sabía de dónde había salido el coraje, pero cuando fui consciente de nuevo la intravenosa ya estaba cayendo al suelo. Me la quité sin dudarlo, sin sentir malestar e importándome muy poco que mi sangre comenzara a salir por el pequeño orificio que la aguja había dejado en mi piel.
Mi mejor amigo me miró con temor y un leve asombro.
— Bien, te ayudaré.— accedió a sabiendas que nada me haría cambiar de opinión.
Se acercó al pequeño closet que había a un costado de la habitación y sacó mis pertenencias; entregándome un jean negro rasgado en la parte de las rodillas, una zapatillas blancas y una camisa ajustada azul marino.
Me dejó sola para que pudiera cambiarme, mientras que él se encargaba de los papeles del alta y se las ingeniaba para asegurar que no era necesario que permaneciera por más tiempo en ese hospital. No sabía cómo lo había conseguido, pero ni siquiera las enfermeras pudieron mantenerme en ese lugar después de que mi amigo hablara con un grupo de ellas.
Me vestí a toda velocidad y, aunque la incomodidad en mi cuerpo se mantuviera en escasas pero notorias porciones, pude salir del cuarto con la frente en alto y caminando como si no tuviera ninguna dificultad. Luego de esperar unos minutos, en los cuales el doctor encargado de mi caso intentara fallidamente detenerme, salimos del hospital.
Cuando puse un pie fuera del edificio, el brillante sol me cegó por completo entretanto, el aire fresco y libre de productos de limpieza me abrazó dándome la bienvenida.
— ¿Dónde está tu coche?— pregunté, después de parpadear y acostumbrarme a la iluminación natural.
— En el estacionamiento.— contestó, indicándome el camino.
Avanzamos unos pocos metros hasta que le vehículo de Eddie se presentó frente a nosotros, estacionado perfectamente y en buenas condiciones.
No quise hablar y preguntar por el mío porque sabía que debía de estar en el taller o siendo un trozo de chatarra en algún descampado. Pero aún así, me hubiese gustado ver qué tan fuerte había sido realmente el golpe y si sólo la parte delantera sufrió las consecuencias. Aunque, pensándolo bien, hacer eso sería una muy mala idea; sabía que si lo hacía sólo provocaría que recordara el motivo por el cual salí de la casa esa noche, y era lo que menos quería hacer.
Lo mejor era mantener la incertidumbre y dejar que alimentara mis dudas, en vez de llevarme una gran sorpresa.
Largando un suspiro, subí al carro; me coloqué el cinturón de seguridad, esperé a que Eddie también lo hiciera antes de que encendiera el motor y se adentrara a la trascurrida calle. Cuando comenzamos a movernos lentamente, apoyé mi codo en la puerta y luego mi rostro sobre mi mano, sabía que tardaríamos en llegar. El trayecto rumbo a mi lugar de trabajo duraría unos veinte minutos, y viendo que seguramente tendríamos que enfrentarnos al tráfico, el camino se alargaría.
De un momento a otro, mis dedos iniciaron un repiqueteo en mi mejilla; así como los nudillos de Víktor lo hacían contra la mesa de metal en la sala del psiquiátrico, un claro tic nervioso.
Estaba un tanto ansiosa y no entendía por qué. Quizá los medicamentos que me habían dado causaban ese efecto, o tal vez tenía alguna secuela del accidente. O simplemente el hecho de no estar segura de qué sería lo que me encontraría al llegar estaba provocando que me convirtiera en un manojo de nervios.
El tener presente hacia donde nos estábamos dirigiendo, me hizo recordar a Léonard. ¿Qué pensaba él sobre mi ausencia de dos días? ¿Se había querido comunicar conmigo? ¿Acaso pensó que ya no volvería?
¿Me había quedado sin empleo por el accidente?
— ¿Mi jefe sabe lo que me pasó?— una de mis preguntas mentales se materializó en palabras.
— Claro que sí. Fue él quien me llamó y me contó lo sucedido.
Asentí, un tanto inquieta.
— Sólo espero que no me despida por no trabajar durante dos días.
— No lo hará, no pienses en eso. Estaba muy preocupado por ti, eres una de las mejores psicólogas de su psiquiátrico. Es imposible que te quite el trabajo.— aseguró, haciéndome tranquilizar.
Sonreí.
Sabía muy bien que Eddie no me mentiría. Era muy sincero y detestaba cuando la gente inventaba cosas cuando en realidad era todo lo contrario. Esa era una de las razones por la cual lo quería tanto; él me diría la verdad aunque fuera muy dolorosa. No iría con rodeos; me hablaría de frente, cara a cara sin interrupciones ni dudas.
— Por cierto...— volvió a hablar, sin dejar de mirar la carretera— Llamé a la señora Kim, deseó que te recuperaras pronto.
El hecho de que nombrara a la encargada de cuidar a mi progenitora, causó que pensara en ella y en la extraña llamada que me había hecho noches atrás. Le dije que le marcaría en cuanto el sol saliera y ya habían pasado dos días desde entonces, ¿Había notado que no cumplí? ¿Ella también trataría de comunicarse conmigo? ¿Se preocupó por mí?
Por inercia llevé una de mis manos hasta el bolsillo trasero de mi pantalón creyendo que, por no tener bolso, allí se encontraría el móvil. Pero descubrí que el lugar estaba vacío y que no había visto mi celular desde la noche trágica.
— ¿Qué estás buscando?— preguntó Eddie, notando mi movimiento.
— Mi celular...— respondí, verificando si no estaba en otro sector.
— Lo dejé en casa, por el accidente terminó con la pantalla dañada.
Bufé.
Lo que menos quería era estar incomunicada, sabía que arreglarlo tardaría una semana y no podía perder tanto tiempo. Necesitaba un móvil por cualquier alerta o emergencia de mi trabajo.
— Genial. Préstame el tuyo.— le pedí— Quiero llamar a mi madre.
— De acuerdo.— accedió, metiendo su mano en su bolsillo.
— Gracias.— dije cuando tuve el aparato a mi alcance.
Al saber el patrón que Eddie usaba como contraseña, no me fue difícil desbloquearlo e ir directamente hasta la lista de contacto. Esta, a diferencia de la mía, se hallaba repleta de números y nombre que no me interesaban. Sólo requería de uno... uno muy importante.
Fui deslizando mi dedo sobre la pantalla, hasta el apartado S donde se encontraba agendada mi madre.
«Señora Cabrera»
Guardando mis comentarios para más tarde, oprimí la opción de llamar y aguardé hasta que atendiera, lo cual muy probablemente no tardaría en suceder.
Sabía que si utilizaba el móvil de mi mejor amigo, mi progenitora haría hasta lo imposible por contestar, al parecer prefería hablar con él que conmigo. Tenía más afecto por Eddie que por mí, y eso sólo me entristecía.
— Hola...— su voz femenina resonó después del segundo tono.
— Mamá, ¿Cómo estás?— la saludé.
— Número equivocado.— sentí como mi pecho se oprimía.
Se suponía que después de tantos años de rechazo debía de estar acostumbrada a su actitud fría y desconsiderada, pero no me era posible. Aun tenía un deje de esperanza de que, en alguna de las llamadas, ella me dijera hija una vez más y pidiera verme. Todavía permanecía el deseo de llevarme bien con ella, quería poder visitarla; contarle mis problemas y salir a pasear como cualquier ser humano haría con alguien de su familia.
— Mamá, por favor, no cuelgues.— le rogué porque sabía que estaba a punto de hacerlo.
— Se equivocó de persona, yo no tengo hijos.— mis ojos se cristalizaron y tuve que mantenerme fuerte para no llorar en ese mismo segundo.
— Hace dos noches me llamaste...— le recordé— Me dijiste hija y también que me querías.— pude sentir la mirada de asombro que Eddie mostró ante mis palabras.
— Además de equivocarse, también dice idioteces. Al parecer sus pacientes le contagiaron su locura.
— Madre...
— Escúcheme con atención; no vuelva a llamarme, ni a mencionar esas tonterías que acaba de decir, ¿Le quedó claro?
— Te dije que te llamaría cuando el sol saliera, pero tuve un accidente y no pude hacerlo.— continué, evitando que sus palabras se convirtieran en dagas y perforaran mi corazón— Acabo de despertar y quise saber cómo estabas.
— Estaré bien en cuanto deje de molestarme con sus absurdas llamadas.— bramó— Y reitero, pero esta vez lo haré con otras palabras para que logre entender; usted está loca e imagina cosas que en realidad no suceden.
—Mamá...
— Yo no soy su madre.— su tono de voz era agrio y causaba mucho dolor— Olvide mi número, ya no quiero saber de usted.— y sin más colgó.
Me quedé viendo la oscura y apagada pantalla del celular por unos largos minutos, recopilando cada una de sus palabras.
Me dolía mucho que me tratara de esa forma, en muchas ocasiones pedí hablar con ella pero siempre buscó la manera de evitar ese contacto, y saber que, después de haber pasado años sin escuchar su voz tan de cerca como en esa llamada, no quería que volviera a marcarle me hizo más daño que cualquier otra cosa.
Quería mucho a mi madre, deseaba con toda mi alma recuperar el tiempo perdido e iniciar de mejor forma nuestra relación. Jamás me acostumbraría a su rechazo porque era algo imposible de hacer, ¿Cómo no querer interactuar con una de las personas más importantes en mi existencia? ¿Cómo aceptar que la mujer que me había dado la vida no quería verme, ni oírme?
¿Cómo decirle que años atrás tuvo razón y que elegir lo que más amaba en realidad no fue lo mejor para mí?
— ¿Estás bien?— la voz de Eddie me quitó de mis pensamientos.
— Sí... sólo que no lo entiendo.— contesté con la mirada perdida en el paisaje fuera de la ventana— Ella me llamó aquella noche, yo no miento. Mamá me dijo que me quería.
— Nadie ha dicho que mentías, yo te creo.
Al estar desanimada y sin ánimos de sonreír, una extraña mueca se formó en mi rostro.
Tal vez me creía, pero en ese momento prefería que fuera mi madre quien dijera aquello y no él; y no lo decía por maldad o debido a que no me fueran suficientes sus palabras, sino porque Eddie no estuvo en esa ocasión y no puede comprobar sí sucedió o no. Sólo nosotras habíamos estado presentes cuando esa llamada en la madrugada había ocurrido, el que ella insinuara que en realidad no había sucedido me confundió e hirió de igual forma.
¿Lo había malinterpretado todo? ¿Y si no había pasado?
¿Y si, así como había imaginado llevar a Loky conmigo, también imaginé esa conversación con ella? ¿Realmente estaba tan mal como para alucinar con tantas cosas en una sola noche?
Después de aquella dudas, más que nunca necesitaba respuestas y llegar lo antes posible al psiquiátrico. Quería creer que Víktor tendría lo que buscaba, él me daría la solución a todos mis problemas y mi vida volvería a la normalidad como por arte de magia. Al final de cuenta, todo lo extravagante, maligno y oscuro que me había pasado constantemente día tras día había sido por su causa, así que esperaba que, como mínimo, me ayudara a que la tranquilidad y seguridad regresaran a mí.
El ser humano era siempre tan iluso.
Era confiar en que Heber tenía un pequeño gramo de bondad en su ser o darme por vencida antes de siquiera intentarlo. Creer o no creer en él, esa era la cuestión.
Minutos silenciosos pasaron hasta que llegamos al lugar indicado; la alta estructura gris se presentó frente a nosotros en cuando pasábamos por debajo del arco con rejas que era el dichoso portón metálico, oxidado y chillón, donde aparecía escrito el nombre del recinto.
— ¿Quieres que te acompañe?— preguntó Eddie.
— No, lo haré yo sola.— aseguré, apoyando mi mano sobre la manija de la puerta.
— Está bien, te estaré esperando.— dijo— Buena suerte.
— Gracias.
Respiré para controlar a mi loco corazón y sin esperar más salí a toda velocidad del coche.
El transcurso de la puerta principal, hasta el pasillo y luego al ascensor me pareció poco. A lo mejor era porque estaba muy ansiosa y todo pasaba relativamente rápido, o simplemente era porque en realidad ese camino era demasiado corto y nunca me había detenido a pensarlo.
Cuando las puertas del elevador se abrieron, caminé por uno de los pasillos del nivel 2 hasta que localicé a Campos, el hombre de seguridad.
Él estaba apoyado en una de las paredes, con su típica postura de guardia que jamás dejaba su puesto; con sus manos detrás de su espalda y su cabeza bien erguida, mirando hacia el frente. Me coloqué a su lado para que fuera capaz de captar mi presencia y una vez lo que hizo, sus ojos se abrieron en grande antes de tragar sonoramente.
— ¿Doctora Cabrera? ¿Qué hace aquí? ¿No estaba en el hospital?— lanzó las preguntas una tras otra, sorprendido.
— Sí, lo estaba pero ya no.— dije con obviedad.
— ¿Se le ofrece algo? ¿Qué puedo hacer el día de hoy por usted?
— Necesito que me hagas un favor.— ya que él se había ofrecido por decirlo de cierta manera, acepté y fui directamente al grano.
— Pídame lo que quiera, señorita.
— Necesito hablar con Víktor Heber.
— ¿Está segura?— dudó y yo fruncí el ceño— Digo... tiene que descansar, ¿Por qué no vuelve mañana y habla con él?
— Traerás a mi paciente, ¿Sí o no?— indagué, cruzándome de brazos. No estaba de humor como para perder tiempo.
— Sí, sí. De acuerdo.— accedió no tan convencido— Espere en la sala 3 y en minutos estará con usted— me aseguró.
— Muchas gracias.— le mostré una sonrisa de boca cerrada antes de darme la vuelta.
Seguí por el pasillo hasta llegar a la sala, sin detenerme abrí la puerta y las luces de dentro se encendieron parpadeando rápidamente. Además de la claridad; las dos sillas y la mesa metálica, el aire frío me dio la bienvenida.
Abrazándome a mí misma, busqué de dónde provenía y descubrí que uno de los ventanales estaba abierto de par en par. La brisa creaba un leve chiflido a medida que se adentraba a la habitación y se adueñaba de la escasa calidez que había en ella.
¿Qué carajo?
Se suponía que todo tenía que estar bien sellado y asegurado. Cada ventana tenía barrotes de seguridad, para que nadie pudiera escapar, pero aún así era mejor que permaneciera todo cerrado. El lugar de por sí ya era frío, si entraba mucho aire de fuera podía convertirse en un completo congelador en segundos.
Me acerqué a la ventana y la cerré rápidamente, comprobé que el seguro no estuviera dañado, antes de pasar al otro ventanal y verificar que todo estuviera en perfectas condiciones. Al no encontrar ningún fallo, la idea de que, quizá, la persona encargada de la limpieza se olvidó de asegurarla, se cruzó por mi cabeza. Después de segundos, el ambiente volvió a aclimatarse, y lo agradecí porque si la sala seguía fría terminaría con gripa por no llevar un abrigo puesto.
Con una exhalación, me senté en la silla que quedaba frente a la puerta y esperé por mi desgracia andante. Sabía que pronto llegaría; que entraría y la sensación de que algo malo venía adherido con él comenzaría a expandirse por el aire. Quizá estaba exagerando, había pasado tantas sesiones con Víktor que su presencia ya no debía de importarme, mucho menos darme miedo. Pero aún así, ese día lo sentía todo un poco más y, como había dicho antes, le echaría la culpa a los medicamentos.
Comencé a morder una de mis uñas, la paciencia era algo en lo que debía de trabajar seriamente. Aunque la mínima porción que tenía ya la había perdido hacia mucho, esperaba recuperarla en cuanto tuviera la oportunidad. No me gustaba estar desperdiciando mi tiempo porque, el poco que me quedaba libre después de tanto estrés y cosas laborales, era valioso para mí y no quería derrocharlo en cosas sin sentido ni importancia. Así que, el estar sentada y a la espera sin hacer nada, no era algo que me agradara. Necesitaba respuestas lo más rápido posible para acabar con todo de una maldita vez y para siempre.
Los minutos parecieron horas al estar en el estado en el que me encontraba: ansiosa y nerviosa. Me estaba desesperando tanta soledad y silencio, y en un intento por pensar que las cosas sucederían a mayor velocidad si hacia algo, mis nudillos comenzaron a golpear la mesa. El pecaminoso sonido provocado por ellos me relajó, me hizo reaccionar y entender por qué Víktor lo hacia. Podía ser por un acto reflejo, o una manera de evitar que la situación lo ofuscara. Tal vez mi paciente creaba ese ruido para no sentir la opresión, molestia e incomodidad que venía acompañada de las favorables sesiones. Quizá con eso trataba de focalizar su atención en una sola cosa y así el tiempo le parecía transcurrir más rápido.
No sabía sus razones en realidad, pero había copiado su hábito, y eso no me molestó.
Continué con mi acción hasta que escuché pasos a lo lejos y supe que mi paciente se acercaba; el peso de su oscuridad, misterio y demencia creaba eco en todo el lugar. Miré la puerta y ésta se abrió en sólo segundos, dejándome ver al culpable de todo lo extraño que sucedía en mi vida.
Otra vez, creía que él tenía la culpa.
Ladeó la cabeza hacia un lado y sonrió, ni siquiera había hablado y ya se estaba divirtiendo. Parecía que nunca se cansaba de burlarse de las desgracias de los demás, era como si nada le importara… aunque eso era lo normal viniendo de un loco como él.
Caminó hasta adentrarse y quedar frente a mí, tomó el respaldo de la que habitualmente era mi silla y la corrió hacia atrás. El sonido chillante del metal siendo arrastrado por el suelo, dañó levemente mis oídos. Conforme con su molestia, mostró una sonrisa más grande.
Rodé los ojos, y me permití ver detrás de él antes de enfocar mi atención únicamente en su persona. Campos se mantenía firme a un lado de la puerta, con su postura ya conocida, y a mi absoluta disposición. Inclinó su cabeza hacia abajo cuando notó que lo observaba.
— ¿Qué sucede? Parece que no puedes pasar más de dos días sin verme.— Víktor alardeó, sentándose frente a mí.
— Ni creas que es por eso.— bufé — Necesito hablar contigo sobre algo.
— Bien, pero antes ¿Puedo hacer una pregunta?
— Hazlo.
— ¿Qué tan duro estuvo el golpe del accidente?— volvió a sonreír.
¿Qué?
Estaba sorprendida. Cuando menos me lo esperaba, él aparecía con una gran sorpresa que me caía como una cubeta de agua helada.
¿Cómo lo sabía? Ningún paciente tenía conocimiento sobre lo que pasaba fuera de ese lugar porque cualquier información podría empeorar su situación o alertarlo de alguna cosa. Era imposible que le hubiesen contado ya que eso estaba prohibido; la regla principal del psiquiátrico era que las noticias del mundo exterior permanecerían lejos de los inquilinos.
A sabiendas de eso, una vez más Víktor me dejaba ver que todo lo relacionado a él era oscuro, e indescriptible. Otra vez tenía en claro que no me equivocaba cuando pensaba que no era normal vivir lo que había vivido desde que lo conocí.
No sabía cómo se las ingeniaba para hacer cada cosa estando encerrado, pero debía de ponerme de pie y aplaudirle por ser tan detallista y eficaz en lo que hacia. Hipotéticamente hablando, por supuesto.
De lo que si tenía conocimiento era que, de ese lugar, no saldría sin respuestas. Tardara lo que tardara, costara lo que costara, ese día lo descubriría todo.
Ese día, sería el final del juego. Ya fuera para él o para mí, todo acabaría.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro